En su nueva novela "Ultra Tumba", regresa al mundo de las instituciones, a una cárcel de mujeres, y le da vida a personajes marginales y marginados, invadidos por situaciones límite y seres fantásticos, sin abandonar la profunda condición humana por la que pasan todos ellos, sobre todo a través del amor.
En su nueva novela “Ultra Tumba”, el escritor Leonardo Oyola regresa al mundo de las instituciones -esta vez no a un hospital como en su novela “Kryptonita” sino a una cárcel de mujeres- y le da vida a personajes marginales y marginados, invadidos por situaciones límite y seres fantásticos, sin abandonar la profunda condición humana por la que pasan todos ellos, sobre todo a través del amor.
La novela, publicada por Penguin Random House, transcurre en la actualidad durante un motín en un pabellón de mujeres de una cárcel argentina. En medio de los hechos violentos en el que tres grupos tratan de tomar el liderazgo, hay espacio para la historia de amor entre una reclusa y una guardia. En el medio de esta trama surge también, luego de derrumbar una de las paredes con explosivos, un ejército de “muertas vivas” reanimadas por una reclusa evangelista.
Oyola nació en 1973. Se crió en el Oeste del Gran Buenos Aires. Es escritor de policiales y “DJ de asaltos”. Entre sus libros se destacan “Chamamé” y “Kryptonita”, además del libro de relato “Nunca corrí siempre cobré”.
– ¿Cómo surgió una novela tan lejana a tu realidad cotidiana?
– La novela nació de una anécdota que me contaron. De un grupo de chicos yendo a reventar la casilla de un dealer para robarle la merca. Y que justo esa noche estaba el amante del tipo, un policía. Cuando entran, el cana abre fuego, se atrincheran todo lo que pueden y después tienen que abandonar el rancho y retroceder hasta que llegan a una bifurcación en un pasillo; en donde sin darse cuenta se terminan separando. La historia en sí -para contarla solo desde el género policial- era entretenida, pero se agotaba. A gatas daba para un relato. Pero había algo ahí que me gustaba porque parecía la narración de un videojuego. Desde las subjetividad del dealer y desde la de su amante oficial de la policía. Como si fueran juegos en primera persona.
Después se me ocurrió que esto pasara mientras se estaban separando. Una noche en la que se juntan para hablar y decir adiós pero terminan cogiendo y evitando encarar el tema. El primer boceto que hice repetía cosas que había hecho en “Gólgota” (Salto de Página, 2008) y en “Santería” y “Sacrificio” (Negro Absoluto, 2008-2010) así que -como me pasó con “Kryptonita”- pensé que tenía que llevar al extremo la cuota de fantástico que me gusta meterle a mis ficciones. Y ahí apareció el tema zombie. Y como en paralelo ya estaba yendo a unidades penitenciarias a presenciar talleres literarios, el escenario se fue imponiendo como el reto y la decisión de que ocurriera en una unidad femenina.
– ¿Cómo trabajaste ese argot tan verosímil en el mundo lingüístico de la cárcel?
– No sé si retrato cómo habla la calle o un lugar determinado. Si sé que me encanta darle expresiones que escucho en la vida real a mis personajes para hacerlos sentir cercanos. El argot es algo que va mutando. Incluso la jerga tumbera no es igual ni siquiera en las diferentes cárceles de una misma provincia. El lenguaje es sumamente territorial y eso es algo que me fascina. Incluso cuando alguien no es de ese lugar o no ejerce ese tipo de laburos por izquierda al pronunciar esas palabras específicas le quedan forzadas. De ahí también los apodos o sobrenombres. Que tienen su inventiva, su picaresca y su marca registrada de donde uno es oriundo.
– ¿El sexo y el amor son la única evasión posible en la cárcel de tu novela?
– Mi intención fue contar historias de amor en el peor escenario y contexto posible como lo es el de una unidad penitenciaria. Y articular todo con una relación que está acabando como así también contar otra que arrancó y se mantiene contra viento y marea. Las tres preguntas con las que abre la novela nos interpelan. ¿Es todo lo mismo o son cosas muy diferentes? Quien las lea sabrá que responder. En relación a lo que estoy narrando y también desde sus experiencias personales o convicciones propias. Y si, el querer a alguien no es joda. Mantener el vínculo y cuidarlo. Por eso la letra de esa canción de Queen, “It’s a Hard Life” (“Es una vida difícil”), calzaba perfecto para ordenar y titular cada uno de los capítulos de la novela.
– ¿Cómo surge esta irrupción de muertos vivientes dentro de la cárcel?
– Me regalaron una edición increíble de una antología que se llama “La plaga de los zombis y otras historias de muertos vivientes” que además de relatos clásicos de Lafcadio Hearn y Lovecraft y de destacados cuentos de autores más actuales, tiene un prólogo/ensayo increíble de Jesús Palacios. Entre ese texto y un cuento de John Connolly que se llama Lázaro fue que decidí que las zombies de “Ultra Tumba” tuvieran un origen más religioso antes que uno tóxico/nuclear, etc. Que tuviera que ver más con “La Serpiente y el arco iris” de Wade Davis –y la película homónima de Wes Craven- antes que lo trash de “El regreso de los muertos vivos” o los zombies corredores de la remake de “El amanecer de los muertos” o las dos “Exterminio”.
– ¿Cómo contextualizas tu ficción institucional con la situación de las cárceles argentinas?
– No considero ser una voz autorizada para hablar de motines o de lo que se está padeciendo en las barriadas más humildes. Sí creo que es importante darle voz a las personas que saben de esto y que lo padecen. Maikel –un poeta que además es cantante de los XTB (Portate Bien) y uno de los miembros de los Pensadores Villeros contemporáneos- escribió y nos enseñó que “la cárcel es el segundo hotel adonde van a parar los pobres ya que el primero es la villa”. Nombra dos lugares específicos que hoy son principal preocupación por la pandemia y que si no fuera por eso seguirían invisibles.
Para la novela “Ultra Tumba”, que transcurre en la actualidad durante un motín en un pabellón de mujeres de una cárcel argentina, eligió una galería de personajes femeninos sensibles y vulnerables, lejos del estereotipo de la reclusa aguerrida que retrató el cine argentino a partir de films como “Correccional de mujeres”, de Emilio Vieyra.
– ¿La relación entre la religión y los zombies de tu novela es cifra de algún mensaje?
– Al aparecer, en la religión aparece también la manipulación, que es una característica propia a la que está sometido este tipo de zombie que yo elegí narrar. La figura del bokor –sacerdote vudú- la cambié por la de una pastora evangelista. Una religión cuyo crecimiento en adeptos no deberíamos subestimar. Novelas en el prime time de nuestra televisión producidas por estas iglesias o una biopic como la del fundador y principal referente actual de la Iglesia Universal del Reino de Dios -“Nada que perder”- que acá en Buenos Aires la primera parte se estrenó casi en simultáneo con “Avengers: Infinity War” y que no llevó los millones espectadores que tuvo ese tanque pero que en salas con horarios rotativos tuvo un promedio de espectadores importantísimo, hablan de una presencia silenciosa e importante aún expandiéndose.
– ¿En tu novela hay algún homenaje al cine de género?
– Pensé más en lo que hacen Leandro Avalos Blacha, Esteban Castroman y Hernán Domínguez Nimo en sus novelas con zombies que en la gran cantidad de películas del género que consumí. Estéticamente a las resucitadas de la Hermana Irma las quise acercar a los muertos de Lucio Fulci en “El más allá”. Quise que las chicas privadas de su libertad desde la ficción, fueran más parecidas a “Leonera” de Pablo Trapero y no tan “Correccional de mujeres” (la película de Emilio Vieyra) sin por eso perder la presencia ni la actitud a lo Edda Bustamante. Que mis personajes femeninos estuvieran más cerca de la Linda Blair de “Nacida inocente” y no de la de “Rejas calientes”. Y para la rivalidad entre Córdoba y Maracaná volcarme de lleno a una película de culto de artes marciales como lo es “El último dragón”, la del Bruce Lee negro: Leroy Green.